¿Un político nace o se hace? La
respuesta está clara: se hace. En todas las profesiones que conozco, ya sean
vocacionales o no, el profesional se hace. Se hace un escritor, se hace un
médico, se hace una dependienta y se hace un torero.
Unas veces, casi siempre en el caso de las profesiones
menos afortunadas o peor pagadas, uno se hace profesional por casualidad y por
cosas de la vida que a veces, te hace recorrer caminos por los que nunca
pensaste ir.
Otras veces, sin embargo, uno lucha por dedicarse a aquello
en lo que cree. Este, casi siempre, es el caso de los que dedican su vida al
servicio de otros, como los médicos o los bomberos o por ejemplo, el caso de un
artista. Profesiones todos ellas en las que en la mayoría de los casos, se
pone el corazón en el desempeño del trabajo diario.
Yo pienso que, en líneas
generales, al político le pasa esto último. Pero al político vocacional; ese
que ya solía destacar en el instituto o en la universidad por su capacidad de
liderazgo, del que todos querían conocer su opinión, al que se recurría cuando
pasaba algo para que marcara el camino a seguir.
Seguramente, al empezar su
carrera, este político en ciernes tenía ideales y verdaderas ganas de trabajar
por los demás y de conseguir mejoras para la sociedad. Quiero pensar que le
movía la conciencia social. Luego, va destacando y escalando posiciones y, con
el respaldo de un partido con el que comparte unos principios afines, llega a
un cargo desde el que, en la medida de sus posibilidades, puede realizar su
sueño de transformar la sociedad.
Sé que no hablo de utopías,
conozco algunos casos. Cuando vivía en Madrid, por ejemplo, el último alcalde
socialista del ayuntamiento de la localidad de Alcobendas, estuvo 24 años en el
cargo y no se presentó a las elecciones por desavenencias internas con la
ejecutiva de su partido. Con su marcha, provocó por primera vez en más de
treinta años la pérdida de la alcaldía para el partido socialista. Esto sucedió
porque era enormemente querido por los ciudadanos ya que en sus años como
alcalde, se preocupó por mejorar la calidad de vida de la ciudad, dotando a
esta de infraestructuras culturales y sociales que, aún hoy, disfrutan y le
agradecen los vecinos. A él, no al partido.
Un caso similar es el de Tomás
Gómez, alcalde de Parla durante nueve años y tres legislaturas, dos de ellas
con mayoría absoluta y siendo en la última el edil más votado de España. Gómez consiguió
en ese tiempo, que ésta ciudad se convirtiera en ejemplo de desarrollo y
crecimiento, cuando antes era sinónimo de inseguridad y depresión económica.
A estas personas les movía el
afán de mejorar, de hacer crecer y de desarrollar sus municipios, de hacerlos
cómodos y confortables para las personas que en ellos viven. La conciencia
social.
Caballero ahora es concejal por
UpyD y ha convertido a esta formación en la segunda fuerza política del
municipio, relegando al PSOE al ostracismo. Ignoro si su filiación a este
partido ha sido por deseo de continuar con su labor, o por el contrario, la
ambición y la querencia al poder ha sido mas fuerte que su sensatez y su
coherencia política, me gustaría poder preguntárselo.
El caso de Tomás Gómez es todavía
una incógnita. Asisto a su ascensión política con algo de reparo. Hasta ahora
su posición está siendo coherente con el estilo de hacer política que dejó
tanta huella en Parla, pero soy pesimista. Los políticos idealistas en este
país, no triunfan. Y yo, espero con zozobra el momento en que “enseñe la
patita” y nos diga, no quien es, sino quien quiere ser.
Y es que, una de dos: o se deja
moldear con las manos insanas de la alienación propia de los candidatos y aspirantes que han de someterse al
rodillo implacable de “El bien del partido”, o mantiene sus principios y su
independencia y vuelve a ser un alcalde de provincias muy querido en su pueblo,
al que algún día se le pondrá una plaza. No obstante y por el rumbo que están
tomando las cosas, tiendo a inclinarme más por lo primero. La política en
España por desgracia, es así de decepcionante.
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